Paseo (2022)
A mis catorce años, me siento muy cansado, pero él me sigue viendo como un bebé. No le culpo: en el fondo me gusta que me hable en ese tono tan ridículo y agudo, que me colme de regalos que me hacen la vida más llevadera, si cabe.
No duramos mucho en vida, y no entiendo el porqué. Sí, es cierto que mi cuerpo, casi, no me hace caso o que apenas puedo oír bien. Mis arritmias se realizan y hasta me cuesta respirar. Pero está allí y, con eso, yo tengo una vejez serena. Si estoy con él, todo está bien.
Le miro cada mañana, a mi persona, sentado en una silla delante de algo cuadrado, pasando las horas, los días y a saber qué hace en esa cosa llamada ordenador. Siempre le he estado observando, tanto que podría describir las marcas de todo su cuerpo, el color de su piel, su pelo destartalado o el olor que desprende. Son ya catorce años de observación aviva, y de asegurarme que nada le haga daño; y en caso contrario, le defendería. Siempre.
Los míos tenemos eso bueno: somos guardianes y seguidores de estos seres a dos patas, voces atolondradas y pieles sin pelo. Toda la vida estamos a su lado, les protegemos y amamos sin condición ni razón alguna. Cuando él tenía una pesadilla me ponía a los pies de su cama, preocupado por él; pues, hasta que no me ve a su lado, no llega a calmarse de nuevo. Sí, ya sé que algunos de ellos creen que eso solo se les puede hacer a los niños, pero puedo constatar que las pesadillas de un adulto son más traumatizantes que las que tienen al ser cachorros.
Le miro ahora, y me doy cuenta de todo lo que hemos pasado juntos: alegrías, penas, muertes, sentimientos y amor, muchísimo amor, tanto que hasta el término es vacuo.
Y eso es bueno.
No es que yo haya tenido una memoria prodigiosa, ni tampoco detallada. Para mí, los recuerdos se componen de pequeñas escenas y olores, que rememoran el momento destacado en mi pasado. Pero el más notorio fue la primera vez que le vi.
Él volvía deprimido de la escuela, cuando me vio por primera vez en casa. Corrí hacia él y me abrazó sin dudarlo. Nuestros destinos se unieron eternamente.
Me estoy fijando en él una vez más, y veo cómo el paso de los años en ambos. Sus rizos comienzan a clarearse cuando mis manchas de pelo ya se blanquecieron hace tiempo. Sus ojos castaños, antes vitales y joviales, me observan con ternura, lástima y lágrimas por no querer separarse de mí.
Le entiendo, no voy a negarlo. La vida me lo ha dado todo, y poco más puedo añadir. He paseado como nunca por el pueblo, me conozco al dedillo todos sus recovecos, he hecho muchos amigos y, pese a todo ello, sé que está llegando el fin de mi aventura. Mi corazoncito falla y el resfriado me ahoga por las noches. Toso sin parar por ambas. Le molesto cada víspera, pero mi persona no me cierra la puerta de la habitación. Sufre por mí, pero yo por él.
Mi persona y su madre hablan de hacer algo al respecto, para que deje de sufrir. A él le tortura pensar en ello, y le rompe el alma incumplir la promesa que me hizo al conocernos. Pero los días pasan, y las fuerzas me abandonan: apenas puedo comer o beber, me tumbo en la puerta de su habitación y no me muevo en todo el día. Alguna que otra vez me acerco a la cama e intento subir donde he dormido durante más de trece años, pero mis patas ya no responden, y le he de pedir ayuda para estar allí y olerle de cerca. Él lo hace sin rechistar.
Eso me reconforta.
Hoy es 10 de enero de 2012. Apenas salgo a la calle por la falta de fuerzas y por el frío que me cala en los huesos. Apenas he caminado estas últimas jornadas. Estoy mal. Lo sé. Y él también sabe de mi condición.
Suena el móvil de mi persona y responde. Sus ojos son vidriosos y me sostiene la mirada un rato, hasta que cuelga. Está llorando y me rompe por dentro. Sé qué ocurre: es la hora.
Se viste y cubre con su polar negro, recoge la correa roja y me llama… pero no puedo levantarme. Segundo intento: lo miro, queriendo decirle que lo sé todo, que lo entendía y que no debía llorar. Pero ellos no saben qué decimos. Por tercera vez, dice mi nombre entre lamentos: me levanto como puedo y me acerco. Ni mi cola ni mis ganas de pasear son las de ataño. Salimos de casa y bajamos a la calle, donde nos espera su madre.
Aquel paseo tan extraño terminó en el lugar que más odiaba del mundo. Ya sabía que me llevarían al veterinario y, si mis cataratas no estuvieran, me habría apartado como solía hacer.
Pero todo es distinto ahora.
Entramos dentro. Mi persona no puede hablar, y su madre cuenta mis últimos problemas. El veterinario dice que solo puede curarme el resfriado. Nada más.
Ya soy muy viejo.
Ante qué debe hacer, mi persona dice algo: es el fin de nuestra aventura juntos.
Me abraza una última vez y llora sobre mí.
Besa mi cabeza y le lamo la mano. Quiero decirle que deje de llorar, que he sido feliz a su lado.
Siento la inyección en mi costado, y comienzo a dormirme. Miro a mi persona una última vez.
Él llora, y me acaricia con más fuerza que nunca. Ha sido un honor estar a su lado, amarle con un sentimiento que movía montañas, que ha retrasado mi muerte y ha aliviado el dolor de los últimos tiempos. Me gustaría poder tener una cara como la suya para sonreírle, darle las gracias y decirle que le quiero. Pero nosotros no hablamos, ni sonreímos. Solo puedo mirarle, transmitiéndole lo que mi viejo corazoncito grita. Él me sonríe una última vez.
Ahora puedo dormir tranquilo.
Mi aventura ha terminado.
¿Cómo surgió la idea?
En 2014, cuando me planteaba escribir y el sueño de ser escritor había llegado a mi de la forma más profunda que era posible, buscaba información e historias para llenarme de ellas y aprender a escribir, a contar y a emocionar si fuera necesario. En ese entonces, la euforia era mi estado de ánimo: se había publicado mi primer relato en una antología de terror que tuvo relativo éxito -la antología, no necesariamente mi relato-, y estaba preparando mi primera novela con una agencia que, en ese entonces, me representaba. La novela que iba a publicarse era Búsqueda de Amor, una historia romántica adolescente. Así que, con el subidón de saber que mi novela romántica iba a publicarse, pensé en hacerme escritor romántico. Así nació un proyecto donde escribiría diferentes historias en las que el único hilo que las uniera fuera el amor en todas sus formas: romántico, animal, cariñoso, familiar…
No descarto publicarlas algún día todas juntas y añadir algunas más de las que ya tengo.
Este relato fue de los más desgarradores de escribir. Aún recuerdo las lágrimas que derramé ese día que necesitaba escribir un pequeño relato, sin saber como terminaría todo. Había soñado con mi perro Toby, al que tuvimos que dormir cuatro años antes de escribir este relato. ¿Por qué había tardado tanto en escribir sobre él? No lo sé… Pero lo hice, y de ahí surgió este relato.