La carta amarilla (2022)

Mi amor:

Al fin ha sucedido. He vuelto, pero temo que me marcharé en poco rato. Lamento escribir en esta carta amarilla que usas para tus escritos, pero ha sido lo primero que he encontrado. Cuando despiertes, ya será tarde…

Sigo aquí. En serio, no me he ido. Mi mente me ha relegado a una parte profunda de mi corazón, donde no puedo tocar, pensar ni recordar… Aunque puede que veas un tenue brillo en mis ojos cuando me dices algo: soy yo, dándote la bienvenida y el beso que quisiera darte con el cuerpo que ya no me responde. Noto que cuando me besas, y mi cuerpo te lo devuelve por inercia, sientes que no es lo mismo, que la niñita de tus ojos ya no está ahí. Tan solo queda su cáscara, que, poco a poco, se va vaciando lentamente, hasta qué ya no quede nada de mí en mi carcasa corporal.

Pese a que sabíamos que este día llegaría, no deja de ser duro para todos, en especial para mí. Veo cómo intentáis sobrellevar la situación día tras día, noche tras noche, intentando combinar vuestras vidas con tener que cuidarme como a una niña pequeña. A veces os oigo hablar de mí: de lo fuerte, cariñosa y amable que era con todos vosotros; que esa parte de mi ser no se ha diluido, que esto os hace sonreír. Que os sentís orgullosos de lo que he sido. De quién soy bajo este cuerpo sin recuerdos.  

En el silencio de mi mente, ahora inconexa, apenas logro conversar un pequeño resquicio de memoria en lo más profundo de mi corazón, donde me hallo ahora. Allí os tengo a todos: al avi, viva imagen de Jaimito y sus aventuras variopintas; a mi niño, que está en el cielo; a mis niñas, que luchan día a día para que no me falte de nada; y a tus primos y a ti, que me disteis vida, durante los últimos años en los que aún era consciente de mí misma.

Ahora estoy pensando en ti y en lo que te dije muchas veces: “Os quiero a todos igual, pero a ti te quiero de un modo especial”. A pesar de los años, esa afirmación tiene más valor que nunca. La reafirmo más cada vez que te veo frente a mí intentando hacerme sonreír, y lograrlo, pese a no saber qué has hecho (en eso, quiero confesarte que me da fuerzas para atisbar un poco de control propio). Guardo con especial cariño la Nochevieja pasada, cuando te pusiste el chal del color de las violetas del campo, y empezaste a bailar poniendo esas caras tan cómicas, que me hacían partirme de risa. Crees que reía sin saber por qué, pero era por tenerte a mi lado.

Te sorprenderías de lo que puede llegar a guardar una persona en su corazón, mi niño chiquitito. Pese a tenerlo todo aquí, no ocupa espacio, pese a tenerlo repleto de recuerdos, momentos, sentimientos, caras, amores, rencillas y tristezas. Siempre queda sitio para algo más, y ese algo más es el amor que me procesáis día tras día.

Antes solía decir que pocas veces os acordabais de mí, y mírame ahora: soy yo la que no se acuerda de nada, y temo el día en que no recuerde ni mi nombre. Una vez, de pequeña, me contaron que los recuerdos forjaban el carácter de una persona, pero ahora son pamplinas: lo que forja a una persona es el corazón. Cosa que, supongo, intuyes, pero no está de más que creas a tu abuela en este momento.

No puedo decirte que sea duro para mí, porque no existe palabra para expresar el dolor que representa esto que me pasa: que no le deseo ni a mi peor enemigo. Por encima de todas las cosas, le pido a Dios que no os suceda a vosotros, a ninguno. Sufrir de este modo no es como se debe vivir, porque esto no es vida. No es vernos los viernes y hacer macarrones para todos vosotros.  Tampoco es quedar la familia los domingos para ir al campo, a hacer la carne a la brasa y comerla juntos, viendo como el avi se tumbaba en su hamaca bajo el sol, sin camiseta, y roncando de tal modo que todos os reíais de él. Esa era nuestra verdadera vida, no esto; mi vida ahora ha pasado a ser algo demasiado irreal, demasiado frustrante; como si ahora estuviera en un largo túnel oscuro y, de  tanto en tanto, atisbara pequeñas trazas de luz que, al girarme para contemplarlas, se hubieran extinguido al ritmo de un suspiro.

Vaya… ahora me he puesto a llorar. Perdona a esta sensiblera que emborrona las palabras escritas a bolígrafo… Soy tonta por no ir a tu habitación y despertarte, abrazarte, besarte y decirte todo lo que te estoy contando aquí. Solo soy una anciana, una triste anciana, a la que no le queda ni sus vivencias.

Una vez me contaste que cuando una persona tiene mi enfermedad, no pierde sus recuerdos. ¿Cómo era eso? ¿Dijiste que eran como burbujas de luz que se iban al lugar donde todos iríamos al morir? Sí, algo así dijiste; apenas eras un niño. Pues quiero que sepas que me agarro a esa idea como a un clavo ardiente.

Porque cuando hicimos esto, sí, trabajando, ¿sabes? Pues verás…

Oh, no… ¿Ves lo que te decía? Vuelvo al lugar que me he creado para sobrevivir y que la persona que soy no muera aún. Empiezo a olvidar qué estoy haciendo, y veo que mi letra está cambiando… Me cuesta horrores despedirme de ti, pero mi cuerpo me obliga a volver a mi cárcel sentimental.

Sin embargo, mi amor, recuerda: mi mente no os reconocerá, pero ten por seguro que mi corazón sigue unido al vuestro para siempre, incluso el día que yo abandone este mundo, en cuerpo y alma.

Ahora iré a tu habitación. Puede que te diga algo inapropiado, o que te despierte y resoples de cansancio por la situación. No sabré qué hago allí, pero he ido a decirte que te quiero, y a darte un beso en la frente.

Adiós, mi amor, y dale recuerdos a los nuestros de mi parte.

P.D.: Perdona si insisto muchas veces que pongas la canción esa de Nino Bravo, pero sabes que me encanta el trozo ese que dice: «mil te quiero, mil caricias, y una flor que entre dos rosas…

… se durmió…»

¿Cómo surgió la idea?

Año 2015, el año de Búsqueda de Amor, el año que cambió mi vida de escritor y me introdujo en un bache del que aún no he podido salir del todo y aún sufro de sus consecuencias. Con ese subidón, me planteé escribir historias románticas y, de ello, surgieron varias escenas en las que el único hilo que las uniera fuera el amor en todas sus formas: romántico, animal, cariñoso, familiar… 

No descarto publicarlas algún día todas juntas y añadir algunas más de las que ya tengo.

Este relato tenía un desarrollo muy distinto. Al principio iba a ser la historia de una muchacha que encontraría en el buzón de su casa una simple hoja escrita en un papel amarillo, en el que alguien desconocido le confesaría su amor y devoción por ella. ¿Por qué una carta amarilla? Por la canción de Nino Bravo, nada más. Sin embargo, un día, no recuerdo el motivo, me senté en el ordenador y me puse a escribir lo primero que se me ocurrió, y esa historia de la muchacha quedó suplantada por la que hay aquí, que gira alrededor de la que, a mi parecer, es la peor enfermedad del mundo actualmente y la que anula por completo la voluntad, la razón y el alma de una persona: el Alzhéimer. 

Quiero dedicarlo a todas aquellas personas que padecen el Alzhéimer, a sus familiares que sufren sus consecuencias y, en especial, a mi abuela Magdalena Coca Arroyo.